EL PESO DE LAS PRUEBAS

La prueba pesa, y es un peso en toneladas
que cae sobre mi hombro
y hoya en la honda realidad,
vacila el día, resbala un segundo
y el momento se convierte en gigante eternidad,
se congoja el espíritu desmaya el corazón
y juega a cavar su propia tumba,
un mismo hueco, el gran despido,
el gran desahucio de un loco paisaje.

Duele la vida a tal amplitud
que dispara en el centro tocando lo sagrado,
por lo que respira y desviven en los surcos
los latidos perpetuos de un generoso corazón.

Sospecho que estás al lado a mi diestra
porque escucho el estruendo
del sonido del mar en el descanso que añoro,
en el alivio a que aspiro, en los alicientes colores
del perfume de las flores, en la sonrisa de un niño,
en su inocente mirada, en el vuelo de las aves,
al comer y al vestirse, sin esfuerzo alguno,
al ofrecimiento de la vida de añadir un codo al existir,
ahí es el suspiro del alma en el mismo tenor.

Aunque al profesar mi fortaleza,
que emana de tu bondad,
he de desmayar tantas veces
que no puedo contar,
al acariciar cada paso
en el agobiante acoso
de las incesantes pruebas,
siento que no puedo más.

Apocalipsis 3, 10.- “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra”.