Saturday, September 29, 2012

UNA GRAN MUJER



La mujer, se había enamorado tantas veces de sus sueños, se contagiaba con la humedad de la esperanza frenando sus veteadas creaciones suspirando en la mansedumbre y en la costura de allanadas palabras que la empujaban a una cárcel sin recuerdos; la presión del olvido envuelta en llamas hacía arder su estrategia, entonces, murmuraba su corrupto desacuerdo con el cuento inconcluso de su voluble historia, envuelta en pañales sollozaba por la nauseabundas calles prestadas del silencio, sordomuda, indiferente ante el hueco que irradiaba su vida, solo florecía haciendo fiestas con el viento, con el hedor y con el tiempo, e iba conjugando una patada en el áspid del resbaladizo concreto donde sus pies ligeros y desnudos tocaban el piso falso y escurridizo de lo que podría llamarse cielo.
Era la mujer de inmenso respeto, aquella que irradiaba solo rocas de algodones, cubiertas de rocío, envueltas en fragilidad y desafíos, ya imperecederos; su astucia la convertía en mujer, en esa mujer mágica y maravilla, esa de músculos de acero, una mujer estremecedora y salvaje a la vez, vestía su atuendo de imagen penumbrosa y alpiste de aguijón, y en su canto pura voluntad de humildad y sorpresas; corroída de heroína, revolotea como mariposa ambulante que metamorfosea con los colores del ambiente, valiente, astuta, con su traje de alfarero, siempre cantando a la rueda rueda, vuela sin horizonte fijo, porque el dejar correr la rueda era solo un lema, era como su himno a la vida, era como continuar el cuento, hasta que un día de veras comenzara a llover café , como lo esperaba también Juan Luís Guerra, o hasta mojar el paraíso con jarabe de palo o hasta descubrir cual era el fondo de este corrido misterio, fruto aguado espejismos de su andanza; asustada con el ajeno terror, que no era mas que el himno solemne que la hacía seguir adelante, palidecía ante el reflejo futurista calculador y sobrado de mañas, y con ello, comprobaba la miseria que se dibujaba en sus pupilas en los vaivenes de su alrededor tras las luces persistentes; terca como el invierno cuando se empeña en enfriar el suelo, incansable como la máquina que sospechaba cortaría el césped de su descontento; amargura de días saludaban sus pechos, esos pechos que valientes en pie de guerra amamantaron tres años y medio o más, ah carajo sus críos, porque recibió la gracia de ser madre, eso si fue una gracia, para sentirse súper woman talvez, o para demostrar que era más mujer que muchas, alimentando su heredad hasta que ese gallo madrugador cantara, o hasta que le salieran los colmillos a esa generación susceptible y desesperada, legado de su virtud, esa mujer, la que se afanó en sus desvanes imitando un mamífero animal , y de figura simulando un palillo de dientes, en sus días de infantil agonía, tan delgada y harapienta, que en cada raspadura de su piel manchada por el descuido, su piel se tornaba una sola mancha, huellas de abandono y desespero, huella de miseria , infectados por la miseria y la pobreza de unos años provistos de atraso y sarcasmos, y su color piel canela acariciando un origen taino tal como mezcla de tres razas, propio de un país descubierto y de tierra mulata, pero estropeada por el sol, ese tenue y frágil color lucía como braza al carbón satinada en la lumbre de un sol azotador y escurridizo.
En su debilidad mostraba su tímida sonrisa cubierta de soledad, y sedienta de cariño, se desvanecía en su sed, ¿Quién entendería que bajo ese manto de misterio y timidez desesperante se escondía un tesoro de tiestos viejos saludando el hurto y el sufragio de unos besos, el robo exhausto del hastío de unos abrazos que nunca meramente tardaban, y la incógnita mirada cabizbaja dibujando el abandono, el sello de un yugo desigual que estalló en el camino, cocinando un destino desleal, la niña envuelta en la sed de un espejismo familiar, de enfermo miedo, el temor a enfrentarse a ese mismo miedo aterrador.