Cuando las palabras se encienden
se esmera la voluntad en derramar sus atributos,
se avienta el cinismo ocultándose en lo incógnito
de un corazón obstinado, y se lanza a correr
como perro por su casa, consintiendo
en su irregular conducta mermada
de pasiones entrelazadas
a un sin número de acosos;
el raro encuentro se suscita al dar la cara
al verdadero enojo y al delirio al que pertenecen
los más íntimos secretos, en el enajenado poder
de convencimiento de los actos.
Tarda la razón en adelantar sus pies
hacia el despeñadero inmoral
de lo empañado e incorrecto
moral de insignificante vuelo.
Se aproxima a caer a sol y a sombra,
no importan las normas, se desvive en su agonía
con la cruz a cuesta, en la aflicción que daña,
en la herida que no cierra, en la desdicha percibida
en el último abandono, en la pobre necedad
sin alerta ni simulacros, y en la embriaguez común
de una mente en escombros.
No ir a prisa por el rumbo
que destruye sin parar, es mejor tardar
un poco en llegar, es mejor la distancia
a un infierno de ideales y nada más,
servirse la ocasión de estrenar el bálsamo
que rodea el triunfo y la victoria,
cuando narramos en la historia el respeto a un ideal
se siente el brillo de la aurora y nada más.
